CUANDO LA MUERTE TOCA A TU PUERTA

“Mientras los muertos no sean tus muertos, nunca entenderás la gravedad de lo que estamos viviendo”, apunta una frase que una de mis amigas publicó en su Facebook y que, aunque me pareció cierta, no me hizo el efecto que ha producido en mí volver a experimentar el dolor de la partida de un ser amado, inesperada partida, que es lo que más duele.

De mis familiares más cercanos, la única que tuvo una muerte anunciada fue mi madre, quien se encontraba sumamente enferma y por largo tiempo hasta que se dejó ir en marzo del 2018. Pero cuando mi hermano menor falleció en 1981 en una excursión de su colegio, en una caminata subiendo un cerro de Marcahuasi, con tan sólo 15 años, el golpe fue duro, muy duro, porque nadie hubiera imaginado jamás que su corazón pudiera fallarle en las alturas. Los que lo vieron dicen que se desplomó y las maniobras de primeros auxilios no fueron suficientes para revivirlo. Un dolor más fuerte aún me produjo el asesinato de mi esposo geólogo en un campamento minero peruano, en el departamento de Ayacucho, en el 2003. Fue asesinado sin piedad alguna por los delincuentes que entraron robar a mano armada. Me contó su discípulo, que estaba a su lado herido en una pierna, que Jorge jadeaba tratando de respirar profundamente para mantenerse vivo. Una bala le había perforado el cráneo. Uno de los asaltantes se acercó al escucharlo esforzándose por respirar y le cubrió el rostro con una casaca de tela muy gruesa para asfixiarlo. ¿Cuánto tiempo duró la agonía de mi amado esposo de 28 años de vida compartida? Es una de las preguntas que siempre me he hecho. Como ahora me pregunto cuánto tiempo habrá durado el gran sufrimiento de mi querido hermano Ciro quien se cayó de la parte más alta de una escalera, de espaldas, y se golpeó la cabeza muy fuertemente, lo que le produjo un derrame cerebral. La forma en que mi hermano Gonzalo me describió en el teléfono lo ocurrido fue categórica: “Su cerebro se hizo trizas”. Un hombre tan inteligente, con un cerebro tan brillante, terminar perdiendo la vida en un accidente de este tipo, cuando lo único que quería era reparar algo en el techo de su casa…cuán inexplicable, cuán irracional.

Mi esposo Jorge creía firmemente que el día de nuestra muerte está escrito en el libro de la vida.

Las inesperadas partidas de nuestros seres queridos, el desconcierto, los miles de preguntas sin respuesta, traen a la memoria un refrán muy conocido: “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde.”

Aunque mi buen hermano Ciro, quien falleciera el domingo 17 de mayo por la tarde, no murió por culpa del Corona Virus, las restricciones ocasionadas por la pandemia agravaron su situación. Ningún servicio de ambulancia atendía el teléfono y si lo atendían no llegaban nunca, hasta que fue un auto de policía el que se lo tuvo que llevar a la clínica y me pregunto si el tiempo perdido y- la forma tosca en que fue transportado- le costó la vida.

La pandemia nos está costando demasiado como para que no la tomemos en serio. ¿No les parece irresponsable que la gente no respete las normas de distanciamiento social, ni usen mascarillas porque, según ellos, no presentan síntomas? Pueden ser asintomáticos y contagiar a personas ancianas y adultos de salud resquebrajada. Y el coronavirus sigue dejando a cientos de miles de familias llorando a sus difuntos.

¿Tendrás que esperar a que te toque para que entiendas la gravedad de lo que estamos viviendo?

Por lo menos, como pregona otro dicho popular: “guerra anunciada no mata gente” … ¿La mata por la inconciencia de otros?

Si algo aprenderemos de esta crisis mundial es el valor de la solidaridad humana. Algo que estoy viviendo en estos días de duelo, recibiendo tantas sentidas condolencias y tanto apoyo moral de gente que me quiere, y a quienes estoy profundamente agradecida.

Si hay algo que aprenderemos de esta pandemia es el valor de la vida. Apreciemos y amemos más a nuestros familiares y amigos. Demos gracias por la salud y por cada nuevo día. No nos aferremos a lo material que no tiene la menor manera de acompañarnos al otro lado, cuando dejemos de respirar. Busquemos acercarnos más a Dios, aunque no entendamos sus designios, para amarlo con todo nuestro corazón, toda nuestra mente y todas nuestras fuerzas, y para amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

6 comentarios

  • Maravilloso artículo, escrito desde tu alma, querida Doctora Amor. La muerte es lo único seguro que todos tenemos, muy sabia tu esposo al decir que nuestra muerte está escrito en el libro de la vida. Así es, y, como bien lo sabemos, debemos aceptar humildemente lo inevitable. Un abrazo de condolencias, desde mi alma.

    LUZ AMPARO REYES
  • Lamento inmensamente querida Alegria. Tu escrito conmueve por un relato tan humano y presente como es la partida de nuestros seres amados y mucho más cuando las circunstancias han sido por un accidente o por la mano cruel de los representantes del mal…

    Mario A Reyes
  • En este momento si verdaderamente no reflexionamos q triste vida llevaremos, con un montón de insensibilidad, con gran orgullo de altivez y nada de humildad, será q de veras nuestro corazón esta de piedra? El mío así era, hasta q se rompió en mil pedazos, y aunq en su momento me dolió demasiado, eso me permitió mirar a mi gran Salvador, y ahora mis lagrimas se deslizan cada vez q su brisa de amor me toca, Señor perdónanos!!

    Janet
  • Tus palabras son bellas! Y si, el amor lo puede todo, unidos lograremos todo y la fe en Dios quien es Quien nos protege.

    Maria Egoavil
  • Querida Cecilia: Muy sabias tus palabras!! Has pasado por tantas pérdidas en tu vida y pudiste salir adelante!! Te admiro! Eres un ejemplo de fortaleza, compasión y humildad!! Te quiero mucho! Es un honor que seas parte de mi vida !! ❤️❤️

    Lili Chorny

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